Dentro de los cuestionamientos que continuamente se le hacen a los procesos formativos a nivel de adultos, está el real sentido que se le debe dar a este proceso. Este cuestionamiento no se separa de la reflexión general que se ha hecho dentro de la comunidad de pedagogos a nivel mundial, sobre este aspecto.

Si bien la formación a nivel de niños y adolescentes ha sufrido profundos cambios desde que surgieron los nuevos paradigmas educativos, a nivel de adultos tal vez el proceso no se ha visto modificado lo necesario en virtud de la creencia de que el aprendizaje en adultos se logra con la directa trasmisión de contenidos. Por otro lado, uno de los cuestionamientos más importantes dentro de la formación en la niñez y adolescencia radica en la necesidad de una formación integradora, en donde la acción formativa no solo recae en la parte cognitiva como tal, como adquiere el conocimiento, sino que también en la formación tanto emocional como actitudinal.
En el caso del aprendizaje en adultos, se ha abandonado tal vez la rigurosidad pedagógica que merece el proceso formativo en este tipo de personas, a lo mejor desde el erróneo presupuesto de que la persona adulta ya está formada y posee los elementos necesarios para interactuar mejor con su entorno.

Si bien la madurez de un adulto podría conferirle cierta capacidad para asimilar mejor un nuevo conocimiento, se ha evidenciado de que esto no es totalmente cierto, y que la exposición directa a un nuevo contenido no es suficiente para su asimilación. La realidad ha demostrado que se necesita un adecuado enfoque desde lo pedagógico para mejorar cualquier acción pedagógica ya sea en ambientes de formación como en los ambientes profesionales.
Desde este punto de vista recobra interés el concepto de formación integradora del aprendizaje muy de boga en la educación de niños y adolescentes. Dicho principio propende porque la educación no se enfoque exclusivamente en la forma como la persona adquiere y hace uso de un conocimiento, sino que incluya una formación en los aspectos emocionales y actitudinales básicos para que pueda interactuar adecuadamente con su entorno.

La pregunta es, ¿se requiere de igual forma desde la androgogía, contemplar estos aspectos al momento de diseñar procesos formativos en adultos y en contextos laborales propiamente dichos? Actualmente se viene reflexionando en este sentido entendiendo que la formación de una persona es una constante y que se debe preparar al adulto a reconocer y reaccionar adecuadamente a su entorno y las exigencias de este.
Este aspecto es constantemente ignorado en los procesos de capacitación en medios laborales, focalizando la acción pedagógica en la adquisición de un conocimiento necesario para su desenvolvimiento en su puesto de trabajo. La experiencia laboral ha marcado un juicio en el sentido de la pertinencia de un trabajador no solamente con el conocimiento necesario para que pueda desenvolverse adecuadamente, sino con la actitud, estado emocional y comportamental adecuados y que faciliten integrarse a su medio laboral.

Esta reflexión lleva entonces a un cuestionamiento con respecto a la forma como se diseñan los programas de capacitación al interior de las organizaciones. Se busca que los procesos formativos, desde el principio de integralidad contemplado en la educación, incluyan acciones pedagógicas encaminadas al desarrollo de las competencias actitudinales como un componente básico en la formación de la persona. De lo contrario no podríamos hablar de un proceso de formación, sino de simple capacitación.